
Mi nombre es Dinie, y soy una rueda. Nací hace ya mucho tiempo en una vieja y sucia fábrica de tratado de productos derivados del petróleo. Para los que desconozcan la vida de una rueda, tratare de exponerles, brevemente, la esencia de ésta. Las ruedas somos dueñas de una característica que nos hace únicas: la inmortalidad. Cabe decir que, para los poco leídos, la inmortalidad ha sido siempre considerada como virtud y maldición. Créanme, nadie decide nacer rueda. Es una vida interesante, sí, eso no se lo niego, pero llena de dolor y sufrimiento. Nadie quiere ser rueda, eso seguro. Se preguntaran también porque solo hablo de nosotras en femenino y la respuesta a su curiosidad es bien simple. Dada nuestra inmortalidad no necesitamos reproducirnos, simplemente se nos crea. Nunca ha habido ruedas macho y dudo yo mucho que los haya. No se puede considerar la posibilidad de que haya ruedas de género masculino. Es imposible.
Mi historia comienza una fría tarde en la ya mencionada fábrica. Debo admitir que tuve un parto rápido e indoloro. Las primeras impresiones sobre el mundo las obtuve cuando se mezclaba y calentaba el caucho para formarme. Era sumamente placentero: el calor abrasante en toda mi superficie, la deformación y posterior forma que me otorgaron. Era agradable. Cuando me quise dar cuenta, ya era una rueda completa y estaba almacenada en un frio y oscuro almacén. Aquello podría haber sido una tortura de no ser que me encontraba acompañada por cientos de hermanas. Fue allí donde empecé a conocer el mundo que me rodeaba. Para mi asombro, no todas las ruedas éramos iguales. Mientras que yo gozaba de una figura delgada y elegante, había otras que eran fuertes y anchas. A su vez, existía otro tipo de ruedas colosales que no solían relacionarse con nosotras. Su tamaño nos hacia insignificantes a su lado, y así debían considerarnos puesto que rara vez nos dirigían la palabra. Podría pasarme horas relatándoles las cientos de anécdotas que pueden ocurrir en un almacén lleno de ruedas. Créanme, ni se lo imaginarían.
Pasaron los días hasta que fui arrancada de la felicidad de mi oscuro almacén. Entre llantos, yo y tres hermanas nos despedimos de la que había sido nuestra familia y nos encaminamos hacia nuestro nuevo hogar. No les mentiré, estaba aterrada. Nadie en el viejo almacén sabía que pasaba con las ruedas que se iban. Solo había dos cosas que claras: la que salía no volvía y a todas nos tocaba salir tarde o temprano.
Tras horas de inquietud, fui obligada a abrazarme con un elemento desconocido para mi. Curiosamente, éste tenía un tamaño que le permitía encajar a la perfección en mi interior. Tras el manoseo del que fuimos víctimas por parte de un operario, pudimos hablar y conocernos. Talu era una llanta de coche. Ojalá la hubieran visto, de verdad se lo digo. Era la llanta más preciosa que se pueda imaginar. Su superficie era suave y brillante. Su forma de estrella la hacía esbelta y enérgica. Era perfecta. Si les digo la verdad, me llegue a sentir mal debido a que ella era preciosa y yo fea y arrugada. Sí, debo admitirlo, las arrugas que recorrían toda mi piel me avergonzaban desde el día de mi nacimiento. A todas nos avergonzaban. Era algo inherente a toda rueda: tanto las arrugas como la vergüenza por éstas venían de serie.
Tras unos minutos de charla entre mi nueva compañera y yo, de nuevo, fuimos manoseadas por el operario. En mi interior introdujeron aire a gran presión y engordé una barbaridad en pocos segundos. Seguía siendo esbelta, sí, pero había ganado un peso y una dureza difíciles de imaginar.
Si les soy sincera, el tiempo volaba al lado de Talu. No me di cuenta y nos encontramos, ella y yo, atornilladas a un coche. Entendí entonces el significado de todo aquello. Entendí mi esencia y mi motivo de existir. Podría explicarles en lo que se basaba mi trabajo, pero dudo mucho que a estas alturas no se lo hayan imaginado. Solo les diré que no son conscientes del dolor que tuve que soportar durante mucho tiempo. No se imaginan lo que puede llegar a pesar un coche. Y, de verdad, no quieran saberlo.
Con el paso del tiempo muchas fueron las cosas que me ocurrieron. En más de una ocasión, objetos afilados como cuchillos me atravesaron haciéndome perder el aire que albergaba en mi interior. Era doloroso el sentir como algo me atravesaba, un dolor que no se apaciguaba hasta que era reparada. Sí, lo admito, he sido reparada en varias ocasiones y siempre con resultados sorprendentes. Incluso una vez perdí una parte de mi estructura y pudieron arreglarme con una pasta extraña. Aun así, no vayan a pensar que solo sufrí eso. Sobre mi pasaron baches, badenes, resaltes, bordillos y otras muchas cosas que me golpeaban con fiereza y sin piedad. Si no hubiera sido por Talu, la cual también recibió alguna que otra vez por parte de los bordillos, no sé si habría podido aguantar lo que aguanté. Pero lo hice.
El tiempo pasó y yo ya estaba acostumbrada a todo. Mi amistad con Talu era de ensueño y todo parecía estar bien. Incluso empezaba a tener una piel suave y perfecta. Las imperfecciones en mi habían ido desgastándose suavemente con el paso del tiempo y ahora gozaba de mejor aspecto que nunca. Todo era perfecto, el dolo empezaba a ser un simple sonido tras un velo de felicidad y nadie podía hacerme daño.
Desperté de golpe. Había sido un día muy duro pues habíamos viajado hasta lejos, yo estaba tremendamente cansada y me había dormido profundamente al llegar al destino. Desperté de golpe y lo note al instante: Talu se había ido. Desesperada mire a ambos lados y vi que ya no estaba atornillada a ningún lado y que nadie había a mi lado. Bajo mi, una montaña de ruedas se alzaba sobre el suelo. Asustada grité a Talu que volviera. Grité que no me hiciera eso. Pasé las horas siguientes gritando pero nadie me respondió. Estaba sola. Estaba sola y asustada. Cerré los ojos y llore en silencio. Llore durante días, meses, siempre con los ojos cerrados. Nada me importaba ya. No quería volver a ver nada.
El frio me despertó obligo a abrir los ojos. Llevaba tiempo notándolo pero últimamente se estaba haciendo más insoportable. Mis ojos, borrosos de tanto tiempo sin ver nada más que oscuridad, se irritaron al entrar en contacto con el agua. Mire a mi alrededor aterrada. Pude ver a ambos lados cientos de hermanas alienadas alrededor de unas rocas. En mi viejo almacén había oído historias sobre ruedas que se perdían en el fondo del mar y evitaban que la olas chocaran con la tierra. Ruedas que servían de arrecifes y mantenían superficies a flote. Me sentí destrozada. Mi suave cuerpo estaba cubierto de algas y moho verde. Me encontraba en un estado pésimo por el constante contacto con el agua salada y no sabía cuánto tiempo podría aguantar aquel frio. Cerré los ojos de nuevo. Deseaba una muerte platónica. Odiaba mi existencia y en mi interior un pensamiento resonaba con firmeza: “Talu, ¿por qué me has abandonado?”.
El final de mi historia no es un final feliz. Tampoco es un mal final, solamente es un final. Pase varios años bajo el agua hasta que me sacaron de ella. Mis ojos tardaron días en acostumbrarse al sol que tanto había añorado. Las semanas siguientes las pasé en un descampado donde conocí a varias hermanas. Todas habían pasado por situaciones similares y pocas eran las que hablaban aun. La mayoría hacía años que se habían encerrado en si mismas y parecían estar, milagrosamente, muertas. En mi interior yo sabía que la soledad me había estado matando lentamente. Nada podía devolverme mi vida tal y como era.
Con el paso del tiempo, fui trasladada a una fábrica de reciclaje. Los ardientes fuegos me derritieron y me hicieron perder toda consciencia. Me deshice entre cientos de llamas y solo mi consciencia pudo sobrevivir a todo aquello. Cuando quise darme cuenta, estaba siendo mezclada con alquitrán y colocada en un carretera. Yo, una rueda esbelta y bella, había sido convertida en puro y rudo asfalto.
Los días pasan y aquí sigo. Han sido muchos los años que han pasado desde mi nacimiento y mi memoria empieza a desvanecerse bajo el paso de cientos de ruedas. Creo que pronto perderé la cordura y no quedará nada de mí. En ocasiones tengo aun fuerza para gritar socorro a alguna de las ruedas que me pisan, pero ninguna de ellas se detiene. Soy invisible. Nadie me coge y me saca de este infierno.
Ayer creí ver a Talu. Pasó sobre mí como un rayo y le grite que me ayudara. Sigo esperando su respuesta.
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Me ha quedado muy largo. Había pensado en ponerlo en dos partes, pero no lo he hecho.
Gracias por vuestro tiempo.
eres un genio luis!!
ResponderEliminarrusty